La Universidad Finis Terrae, en particular la Escuela de Teatro y el Teatro Finis Terrae, expresa su profundo pesar por el fallecimiento del destacado actor, docente y director teatral Héctor “Tito” Noguera, una de las figuras más relevantes en la historia del teatro chileno y latinoamericano.
A lo largo de su extensa trayectoria, Noguera dejó una huella imborrable en la escena nacional. Su compromiso con el arte escénico y su inagotable vocación pedagógica marcaron a generaciones de intérpretes y creadores, consolidando una visión del teatro como espacio de encuentro, reflexión y construcción de humanidad.
Académicos de la Universidad Finis Terrae, donde el arte, la cultura y las humanidades son parte esencial de nuestra identidad institucional. Es por eso que aquí comparten sus experiencias junto a «Tito» Noguera y resaltan su legado.
“(Noguera) fue príncipe, rey loco, galán, patriarca, oficinista de mala muerte, Freud, Van Gogh, padre con Alzheimer, alcalde manipulador. Habitó teatros, escenarios, cine y televisión. Enseñó, encantó, emocionó. Está en la memoria nacional. Es sin duda inolvidable”, subraya el psiquiatra y dramaturgo Marco Antonio de la Parra, director artístico del Teatro Finis Terrae.
Francisco Krebs, director de la Escuela de Teatro, dijo que el trabajo de Tito Noguera como docente, artista y director es un ejemplo para las nuevas generaciones por su compromiso y su amor por el teatro. “Hasta los últimos días de su vida estuvo ligado al teatro, al hacer, al actuar, que era lo que le apasionaba. Desde ahí es impactante ver el cariño transversal que generaba (…) Estuvo presente en cada casa con su trabajo en lo audiovisual. Es una figura entrañable que perdurará en la memoria de este país”, enfatizó.

El maestro y el amor por el otro
Soledad Henríquez, profesora de la Escuela de Teatro de la U. Finis Terrae, fue alumna de Tito Noguera en la Universidad Católica y luego trabajó junto a él en Teatro Ictus y Teatro Camino.
“Para mí el gran sello que dejó Tito (…) fue la importancia de ocupar el teatro como una herramienta social, un teatro al alcance de todos, un teatro como un agente social, no para una élite solamente, sino que un teatro público. Eso fue lo que hizo: generar un teatro para todos, un Teatro Camino, en el cual trabajé junto a Alejandro Sieveking y Bélgica Castro”, destacó.
En ese sentido, continuó, “fue muy lindo porque lo que él quería era abrir su espacio al resto de los seres humanos. En ese aspecto me enseñó mucho sobre la importancia de lo humano (…) Él siempre tenía muy presente al otro, al que está a tu lado, al que está invisible a los ojos de los demás y que él siempre rescataba. Siempre tenía una buena conversación y sabía muy bien estar en el presente, en el aquí y en el ahora y disfrutar cada momento”.
A juicio de Soledad, Noguera siempre dio veracidad a su obra. “Le dio verdad a cada personaje en distintos escenarios: de televisión, teatrales, y, por lo tanto, llegó a mucha gente. Llegó a un público diverso, que no va al teatro, pero que sí ve las teleseries, y llegó con esa fuerza porque transmitía algo que no se ve, algo que es misterioso, que se llama energía, humanidad, entrega, amor (…) Yo sentí mucho amor de parte de él y toda nuestra generación también”.

Una mirada del espectador, el crítico y el programador
Desde esas tres perspectivas Javier Ibacache, académico de la Escuela de Teatro, se relacionó con Héctor Noguera. Y es que Ibacache es periodista, crítico y gestor cultural especializado en desarrollo de públicos. Fue director de programación del GAM y ahora es presidente del Centro Cultural La Moneda.
Como espectador: “Para mí fue decisivo verle a él en El Rey Lear, una versión que se presentó en el Teatro de la Universidad Católica a comienzos de los 90, que fue traducida por Nicanor Parra y dirigida por Alfredo Castro. Fue un montaje que, creo, no ha vuelto a reunir esa constelación de talento artístico (…) Tito Noguera generó una verdadera escuela. Ahí hay una imaginería puesta al servicio del personaje”.
“El Rey Lear es muy desafiante. Cualquier actor dirá que es el personaje más complejo de los escritos por Shakespeare (…) Es una obra en la que uno no sabe en qué momento se cruza la frontera de lo realista con lo onírico y lo pesadillesco (…) Y Tito Noguera tuvo, por una parte, la valentía, a la edad y con el prestigio que tenía, de ponerse a disposición de un director emergente como Alfredo Castro y de su estética, prestándose para todos los ejercicios de imaginería que este propuso en ese montaje. Como espectador uno terminaba muy sorprendido”.
Como crítico: “Me correspondió entrevistarlo y escribir sobre sus obras muchas veces. Debo valorar en Tito su predisposición genuina para el diálogo y la conversación (…) Tito tenía una cualidad que yo ligaría con el humanismo, quizá por temperamento. Tenía una forma de estar, de ser, de hablar. Vivía en una suerte de pausa, de silencio muchas veces, y se daba el tiempo necesario para hablar en escena, pero también para dialogar”.
“Mi vinculación con él como crítico fue bastante fértil, en el sentido del diálogo que pudimos sostener. Estuvimos probablemente en desacuerdo en algún momento respecto a alguna de sus obras, pero siempre estuvo abierto a la conversación”.
Como programador: “Cuando estuve a cargo de la programación de GAM pudimos presentar algunas creaciones de su compañía Teatro Camino. Allí me di cuenta también del ‘Efecto Tito Noguera’: no solo por su presencia en televisión, sino también porque había un público de teatro que lo seguía de antemano, generaba mucho interés y conexión con la audiencia. Algunos hablan de “ángel” o de un atributo que escapa a la técnica y creo que Tito era uno de esos actores. Cuando entraba en escena había una presencia, un tono, imponía un ritmo en las obras y esa era una de sus mayores cualidades”.
Por último, agrega Ibacache, desde la perspectiva histórica califica a Noguera como un puente “con una tradición, una forma de pensar el teatro universitario y un ejercicio de resistencia en medio de la dictadura”. A su juicio, fue un ícono en sí mismo y una figura mediática que supo trasladar la popularidad de la televisión al teatro.

El aprendizaje de estar bajo su dirección
“Desde mi experiencia personal, fue muy importante y muy gratificante haber actuado en una obra dirigida por Tito Noguera. Me acuerdo de los nervios que tenía junto con mi elenco cuando comenzamos a trabajar con él, porque si bien éramos ya actores profesionales, ser dirigido por una persona con la impronta de Tito era muy importante”, relata Amalá Saint-Pierre, actriz, dramaturga y coordinadora general del Teatro Finis Terrae.
Se trataba de “BRU o el exilio de la memoria”, obra de teatro documental que recorre la vida y obra de la artista visual y Premio Nacional de Artes, Roser Bru. La idea original, dramaturgia e interpretación fue del Colectivo Mákina Dos.
“Con mi compañía llegamos con nuestro proyecto, con mucho pudor y nerviosismo, a preguntarle si nos quería dirigir. Y él, desde el gran amor que le tenía a Roser Brü, aceptó dirigir una compañía y un texto que poco conocía”, dijo.
Recuerda que él llegó “con su tranquilidad, su gran sabiduría y, sobre todo, una tremenda humildad, a entender que los jóvenes teníamos proyectos que desarrollar. Nos dirigía de una forma muy empática, muy amorosa, nunca buscó imponer un estilo o una manera de hacer las cosas, sino más bien ayudarnos y guiarnos en la mejor manera en que nosotros, como compañía, teníamos para actuar”.
La actriz enfatiza que para Noguera el texto era la base fundamental para comenzar el proceso creativo escénico. “Nos hizo reescribir la obra completa durante tres meses y todas las semanas venía a leer con nosotros para ver avances y correcciones (…) Era una persona muy apegada a la calidad del verbo, a la calidad del texto, de cómo se iban a decir las cosas, más allá de cómo se iban a ver en escena (…) Si bien era muy exigente, siempre sus correcciones provenían desde el amor, el cariño y el respeto mutuo por el trabajo de sus colegas”, comenta.
La gran enseñanza de Tito Noguera, admite, es que, a pesar de todos sus conocimientos nunca buscó imponer, al contrario “realmente buscaba dialogar y resonar con las propias propuestas que traían los elencos, los jóvenes y sus propios textos”.
Recuerda que “nos hizo trabajar tanto, tanto, tanto sobre el texto, sobre la palabra y sobre la escritura que cuando llegamos con él a comenzar los ensayos de puesta en escena se montó en muy poco tiempo. Ya en un mes o en menos de un mes ya tenía dirigida y puesta en escena la obra Bru, El exilio de la memoria, porque nos había hecho entender que el trabajo de escritura también era un trabajo escénico”.




