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Cine chileno durante el “Apagón Cultural”: académico U. Finis Terrae relató la experiencia de escribir su primer libro

El Dr. Claudio Lagos entregó las claves que motivaron su publicación, que recoge las representaciones culturales de los años ochenta a través del cine chileno de la época.

Publicado: Junio 18, 2019

La importancia de estudiar las representaciones culturales cambia según los historiadores que se referencie. Sin embargo, la mayoría coincide que analizarlas ayuda a identificar la estructura de identidad y entender cómo se desarrolla un imaginario colectivo de una época y su trascendencia en el mismo.

Eso fue precisamente lo que buscó explicar Claudio Lagos al publicar su primer libro, “Cine chileno en el Santiago del Apagón Cultural (1980 a 1989) de Ediciones Finis Terrae, analizando cómo se construyó la visión de mundo en la década llamada de “Apagón Cultural”.

Para lograrlo, el Doctor Europeo en Comunicación Social de la Universidad Complutense de Madrid y académico de la U. Finis Terrae estudió los espacios públicos de la ciudad de Santiago incluidas en siete películas, las cuales también fueron filmadas en los años ochenta.

A diferencia de los años noventa y posteriores, donde la producción cinematográfica en Chile promedia incluso las 50 piezas, durante los ochenta se produjeron 28 filmes, de las cuales Lagos consideró 7 para su libro: “Los deseos concebidos” (Cristian Sánchez, 1982); “Cómo aman los chilenos” (Alejo Álvarez, 1984); “Hijos de la Guerra Fría” (Gonzalo Justiniano, 1985); “Sussi” (Gonzalo Justiniano, 1988); “Hechos consumados” (Luis R. Vera, 1986); “Imagen latente” (Pablo Perelman, 1988-90) y “Nemesio” (Cristián Lorca, 1986).

– ¿De dónde nació la idea de escribir el libro?

– De mi tesis doctoral. Quise descubrir si habían diferencias en la construcción de la representación cultural a través del cine, en dos épocas: los años ochenta y del 2000 (hasta 2013). Centré entonces mi atención en los ochenta y quise ir más allá, pero la verdad es que uno de mis motores motivadores en la producción del libro fue Marcela Aguilar, directora de la Escuela de Comunicaciones de la U. Finis Terrae, que además de la edición supo motivar la búsqueda de conocimiento. Eso sí, fue un camino de siete meses, largo y agotador.

– ¿Y cómo fue recibido?

– He recibido comentarios de los directores Gonzalo Justiniano, Luís Vera, Cristian Sánchez y personas en general, que han sido positivos. Por los directores, siento profunda admiración, sobre todo por su trabajo. Se arriesgaron cuando las produjeron y fueron muy generosos conmigo cediendo las imágenes. Estoy muy agradecido de eso, pero lo único que quise fue escribir un libro que pusiera en contexto las representaciones urbanas contenidas en siete películas que cumplían con ciertos requisitos para ser analizadas.

– Hablas de requisitos ¿cuáles eran?

– Las películas debían ser filmadas en el Santiago de los ochenta, rodadas en formato celuloide, y estrenadas dentro de la misma época. Además, debían reflejar en su relato una cosmovisión de lo que acontecía en esa época. Sólo analicé las escenas que mostraban espacios urbanos.

– ¿De qué trata el libro?

– El título puede hacer pensar a las personas que analizo el cine desde el punto de vista estético, artístico, filosófico, como suelen ser las críticas clásicas de cine, pero lo que trato de responder es ¿qué dice el medio cinematográfico sobre la representación urbana de la época? En el libro voy haciendo contrapuntos entre los contextos históricos de cuando se realizaron las películas y lo que mostraban sus escenas.

– ¿Por qué se le denomina a la época como “Apagón cultural”?

– La producción cinematográfica en Chile disminuyó durante la dictadura y, en el mundo del séptimo arte nacional, ese período es conocido como de “Apagón cultural”. Sin embargo, sabemos que el apagón no fue completo. Hubo música, afiches, huelgas, entre otras expresiones culturales.

– ¿Qué has descubierto en tus investigaciones?

– Que hay denominadores comunes en la forma de expresar esas representaciones urbanas. En general, cinco de ellas obedecen a una tipología de ciudad conocida como ‘ciudad informal’, asociada a lo que conocemos como las ciudades del tercer mundo occidental. Muestran una pobreza bastante dura, colores fríos como el gris o el blanco. Es la pobreza, el camino de tierra, las casas de madera, las poblaciones. También existen figuras que aparecen con lentes negros, bigotes, que aun cuando no se muestran, además de crear en el relato visual una atmósfera enrarecida, podemos deducir que se trata de agentes encubiertos de la dictadura.

– ¿En qué se diferencian las otras dos?

– En oposición a este mundo lúgubre y triste que te hablaba, se encuentran dos películas que se escapan de esa realidad y que tratan de proyectar una imagen diferente. “Sussi” de Gonzalo Justiniano (1988) tiene de los dos polos, tiene colores que representan el “la alegría ya viene” de las elecciones, pero también expone lo más duro y oscuro de la realidad. En cambio, el eslabón perdido “Cómo aman los chilenos” de Alejo Álvarez (1984) muestra a un Chile pujante, con verdes prados, con más colores, un país sin problemas. Las personas trabajan, se divierten, los niños juegan.

– ¿Por qué llamaste eslabón perdido a “Cómo aman los chilenos”?

– Sí, es que no había registro gráfico de la película: se habían perdido los negativos. La busqué en el Archivo Nacional, en el Persa Bío Bío y en internet por si la encontraba, pero no fui yo quien lo hizo. Fue un investigador de la Cineteca Nacional, Marcelo Morales, quien convenció a la viuda de Alejo que mostrara la copia en VHS que tenía guardada. Cuando la vi, me emocioné. Yo les tengo mucho cariño a las siete películas que analicé, porque son muy particulares, únicas y de diferentes naturalezas, cada una con sus peculiaridades. Además que cargan con el mérito de que era muy peligroso hacer cine en los ochenta.

– ¿Por qué era peligroso?

– A través de investigaciones bibliográficas me fui enterando cómo algunas escenas de algunas películas fueron rodadas sin permiso de la dictadura. Las grabaciones en el espacio público conlleva demasiadas cosas, luces, audio, las cámaras, muchas personas. Justiniano comentó una vez que los carabineros le preguntaron que qué estaba haciendo, y él respondió que filmaba un comercial de TV, por ejemplo. Era riesgoso hacer cine y además era muy caro producirlo. Era muy artesanal y muy artístico, donde muchos de sus directores se endeudaban y quedaban en la calle si no les iba bien en el estreno.

– ¿Qué viene ahora?

– Un largo descanso (ríe). La verdad es que todo el proceso fue largo, entonces antes tengo que renovarme para luego continuar con la década que sigue. Los noventa que es otro escenario, algunos hablan que es una década de transición y otros que aún no está cerrado, entonces, nos enfrentamos a una realidad que pareciera no cuajar de ninguna forma. Pero eso es otro tema que aún se está incubando.