El Líbero | Profesor Cristóbal Aguilera reflexionó sobre la Semana Santa en su habitual columna
“Es obvio que todo esto es difícil de asimilar en nuestros tiempos. ¿Bienestar o renunciar a uno mismo? ¿Comodidad o cargar con la cruz? ¡No hay dónde perderse!” señala el docente, en columna que los invitamos a leer a continuación.
Pero qué fracaso más absoluto
Curiosa semana la que vivimos. Desconcertante, la verdad. Todavía existe un puñado –quizá un poco más– de personas que miran con una mezcla de regocijo y desconsuelo la imagen de un judío crucificado. ¿Cuántos otros miles de judíos habrán muerto así? Sin embargo, “este judío” –nos dicen– tenía algo especial.
¿Pero cómo diablos un hombre clavado a un madero, por más especial que haya sido, puede provocar algo diferente que tristeza, ira, impotencia, tal vez algo de repugnancia? La muerte de cruz era una tortura; ¿qué diríamos si hoy nos propusieran adorar a un muerto depositado sobre una silla eléctrica? Y, sin embargo, hay también en el mundo un puñado de niños –aunque, quizá, un poco más– que durante estas fechas pintan dibujos de un hombre muerto sobre la cruz (mis hijos esta vez lo hicieron con acuarela). ¿Qué tienen en su cabeza esos padres? ¿Cómo se les ocurre exponer a unas mentes infantiles, tiernas e inocentes a un espectáculo tan macabro como este? ¿Acaso nadie ha reparado en los eventuales daños psicológicos que un cuadro así puede provocar? ¡¿Acaso nadie se ha dado cuenta de que esa imagen es pura muerte, sangre, sufrimiento, dolor, llanto, escalofrío, angustia?!
¿Y cómo reaccionaría el mundo si le dijéramos que aquello que los cuadros macabros intentan representar en verdad ocurrió? Con un poeta todos responderíamos al unísono: «Jesús de Nazaret qué pobre hombre/ pero qué fracaso más absoluto». ¿Y si agregáramos que todo ello no solo es un hecho histórico, sino que además fue algo querido por Dios?
Qué Dios más infame… ¿Y si aclaráramos que no solo fue querido por Dios, sino que, más bien, el muerto era el mismísimo Dios? Qué poco divino aquel Dios… El mundo de espaldas, el mundo buscando, entonces, otro soporte. Todos mirando hacia todos lados, como intentando dar con alguna explicación. Dios y gritos; Dios y llanto; Dios y sangre; Dios y sepulcro. Nada cuadra, la verdad.
Nada cuadró en su momento y, luego de más de dos mil años, nada ha cambiado significativamente. Curioso sería, en todo caso, que encontrásemos sumamente razonable que Dios haya considerado entre sus planes la tortura de una persona y que, además, el torturado sea el mismo Dios. Lo natural, lo intuitivo, es rechazar con fuerza todo esto. Es, por lo demás, la reacción que tuvo san Pedro frente a la idea de que Jesús pudiera padecer y que le valió ser llamado «Satanás». La clave está aquí: «tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
¿Pero cuáles son los pensamientos de Dios? Solo sabemos algo; algo que hoy el mundo sigue rechazando, sigue resistiendo, sigue considerando un escándalo: solo sabemos que, detrás del sufrimiento y la muerte, hay algo más que… mero sufrimiento y muerte. Por ello José Miguel Ibáñez sugiere en su más reciente libro que no es posible tener una adecuada idea de Dios sin asomarse a la Pasión de Cristo.
Es obvio que todo esto es difícil de asimilar en nuestros tiempos. ¿Bienestar o renunciar a uno mismo? ¿Comodidad o cargar con la cruz? ¡No hay dónde perderse! El mismo poeta, sin embargo, como para darle sentido a todo, luego nos aclara: «Pero qué muerto / más resucitado»
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