Una universidad católica al fin del mundo
La Universidad Finis Terrae, una universidad católica en Santiago, Chile, pertenece a una nueva generación de universidades católicas independientes
Todos los caminos apuntan a una posada final, donde nos encontraremos con Dickens y todos sus personajes. Y cuando bebamos de nuevo, será desde las grandes jarras de la taberna que está al fin del mundo. – G. K. Chesterton
Estas palabras, con las que Chesterton concluye su libro sobre Charles Dickens, siempre han sido de mis favoritas. Evocan un lugar de citas, un oasis de refrigerio espiritual después de una vida de esfuerzo en esta tierra de exilio, este valle de lágrimas. Sugieren una posada celestial donde nos sentiremos en casa porque Dios es el dueño. Resuenan en el himno de Santo Tomás de Aquino, O salutaris Hostia, el cual termina con una oración que encapsula el gran deseo de todos los cristianos: Qui vitam sine termino / Donet nobis in patria (Otórganos vida interminable / En nuestra verdadera tierra natal junto a Ti). Creemos que la taberna de Chesterton no está al fin del mundo, sino más allá de él, de nuestro exilio y nuestras lágrimas, en esa verdadera tierra natal donde todos están eternamente en casa.
Nunca he estado en esta taberna al fin del mundo, salvo en mi imaginación y mis sueños, pero recientemente volví de una universidad ubicada al fin del mundo, y no figurativa, sino literalmente. El 22 de marzo, di el discurso de apertura en la inauguración del nuevo año académico en la Universidad Finis Terrae, una universidad católica de más de 7.000 alumnos de pregrado y alrededor de 1.500 alumnos de posgrado en Santiago, Chile.
¿Por qué, les pregunté a mis anfitriones chilenos, se llamaría así una universidad católica? ¿Era alguna alusión apocalíptica o algo más prosaico y mundano? Era lo segundo, me dijeron. La Universidad toma su nombre del lugar en el que está situada. Santiago de Chile fue apodado “finis terrae” porque estaba al fin del mundo conocido cuando los exploradores europeos llegaron allí por primera vez. No se podía ir más allá. Por eso, era, en efecto, el fin del mundo, o por lo menos el final de la Tierra.
Este viaje reciente no fue mi primer viaje a Santiago. He vuelto en varias ocasiones y tengo una idea relativamente clara del estado de la educación católica en la ciudad. Antes de 1981, cuando las universidades privadas fueron legalizadas, la única universidad no estatal en la ciudad y todo el país era la Pontificia Universidad Católica de Chile. Fue fundada en 1888 y es todavía con creces la universidad católica más grande del país. Es el equivalente chileno de la Universidad Católica de América en Washington, D.C., por lo menos en la teoría. En la práctica, se parece más a Georgetown en el sentido de que ha perdido el camino espiritual, prefiriendo modelarse en base a sus pares seculares en vez de su misión original. Es por eso que la nueva generación de universidades católicas independientes es tan importante.
He trabajado como profesor invitado en la Universidad Gabriela Mistral, enseñando cursos intensivos de literatura británica. La UGM fue una de las primeras universidades independientes, fundada en 1981, y tiene algunos miles de estudiantes. Esta fue, sin embargo, mi primera invitación a la Universidad Finis Terrae (UFT), la cual es vecina de la UGM no solo en términos teológicos, sino también físicos, puesto que los dos campus están solo a unas cuadas uno del otro en Providencia.
La UFT fue fundada en 1988 y por lo tanto está celebrando su aniversario número 30 este año. Empezó como una institución secular, pero ahora es sólidamente católica, por lo menos en términos de la administración. Aunque podría decirse que es un poco esquizofrénica en su estructura y oferta académicas, lo que refleja su carácter secular original y su nueva misión católica, la tendencia general, no obstante, es que va inequívocamente en la dirección correcta.
Mi discurso inaugural, que se centró en lo bueno, verdadero y hermoso como algo fundacional para la educación auténtica, refleja la misión de la UFT. De hecho, después de cenar y conversar con los altos funcionarios de la administración, incluyendo el rector y vicerrectores, no me queda ninguna duda de que la misión de la UFT refleja la visión educativa de la Sociedad Cardenal Newman.
Otro dato interesante sobre mi visita que también es alentador para el futuro de la educación católica en Chile es que el nuevo Ministro de Educación en Chile, Gerardo Varela, estuvo presente como invitado de honor, dando un breve discurso justo antes del mío. Un amigo que estuvo sentado al lado del Sr. Varela durante mi discurso dijo que éste cambió su plan de irse temprano por otro compromiso, ¡prefiriendo escucharme e incluso tomando bastantes apuntes! ¿Nos atrevemos a esperar que mi defensa de un enfoque integral a las humanidades podría ser parte de la política educativa del nuevo gobierno? De todos modos, volví a casa revitalizado por este encuentro con una educación católica auténtica en Sudamérica y en particular por mi interacción con esta universidad al fin del mundo.
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JOSEPH PEARCE es miembro titular de la Sociedad Cardenal Newman y editor de su revista. Es colaborador titular de la publicación The Imaginative Conservative (El conservador imaginativo) y editor titular en el Instituto Agustino. Sus libros incluyen obras biográficas sobre C. S. Lewis, Shakespeare, Tolkien, Chesterton, Solzhenitsyn y Belloc.
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