Víctor Ilich, juez y poeta: “La poesía me ha sensibilizado frente a la crónica diaria de la miseria”
Escribe desde su época de “institutano”, se formó como abogado en la Universidad Finis Terrae y hoy es juez titular de un tribunal.
Un juez y un poeta se parecen porque “ambos deben discernir la realidad y una de las herramientas para ello son las palabras”. Lo dice Víctor Ruiz, un apasionado del lenguaje desde sus dos grandes quehaceres: el de juez titular en el Tribunal de Garantía de San Vicente de Tagua Tagua y el de autor literario. Aunque ambos roles se entremezclan y se inspiran en “la necesidad de justicia”, no le cuesta separar aguas y usar su nombre en el sillón de magistrado y su pseudónimo de Víctor Ilich cuando firma sus libros.
Como buen admirador de Manuel Rojas, comenzó escribiendo cuentos cuando era alumno del emblemático Instituto Nacional. Luego vino el Derecho y gracias a una beca se tituló de abogado en la Universidad Finis Terrae, para después comenzar su carrera en el Poder Judicial.
A los versos confiesa que llegó “por amor” y ahí encontró su lugar porque “la poesía está en todas partes, es inevitable”. Es autor de más de una decena de libros, entre ellos los poemarios Infrarrojo, Réquiem para un hombre vivo, La letra mata y Disparates, además de textos académicos sobre Derecho. Por estos días trabaja en terminar una novela corta y prepara la publicación de Toma de razón, un texto inspirado en la Isla de Pascua y escrito a dos manos junto al ministro de la Corte de Apelaciones de San Miguel, Roberto Contreras Olivares.
En esta entrevista nos cuenta de sus motivaciones para escribir, sus gustos literarios y de cómo se enlaza su poesía con la labor de impartir justicia.
¿Por qué la poesía?
¿Y por qué no? Esta sería la respuesta intuitiva. La respuesta más racional dice relación con que me agrada el formato. Me gustan las metáforas, las comparaciones, la analogía para comunicar algo, los versos epigramáticos, los proverbios, el ritmo de un verso y la musicalidad que puedan tener. A veces, pienso en los poemas para ser musicalizados como por ejemplo el poema Cada día tiene su afán, musicalizado e interpretado por Alejandra Segura Rubio, que se puede encontrar en YouTube.
¿Cómo llegó a ella?
Por amor, mi mejor amiga me regaló el libro Crepusculario de Neruda. Me dedicó el poema Amigo. Después de un tiempo, me casé con ella y con la poesía hasta el día de hoy.
En uno de los prólogos de su libro La letra mata se escribe que “Víctor Ilich -desde la vereda del poeta- clama por justicia”. ¿Lo siente así?
Clamo desde distintas necesidades, una de esas necesidades, a veces, es la necesidad de justicia. Es decir, ser justo y que sean justos con uno. No es cosa fácil.
¿Cómo cree usted entonces que se relaciona su poesía, con su labor de impartir justicia?
Hay un proverbio que reza que de la abundancia del corazón habla la boca. De lo que reflexiono y decido cada día, de lo que vivo y observo es de lo que escribo, mi labor es una fuente generosa de recursos naturales y de temas para abordar sin naufragar.
¿En qué puede parecerse un poeta a un juez?
Ambos deben discernir la realidad y una de las herramientas para ello son las palabras, el lenguaje.
¿Y en qué siente usted que le ha contribuido su veta poética a su rol de juez?
Me ha sensibilizado frente a la crónica diaria de la miseria y necesidad (o necedad) humana.
El ministro Carlos Aránguiz -también escritor y prologador de La letra mata– habla del “lugar común” en que se ha convertido la crítica a jueces y notarios dentro de la literatura. ¿Qué opina de eso?
Es una realidad, el estereotipo es un lugar común, y para algunos criticar a la autoridad también puede responder a una necesidad no satisfecha desde temprana edad. La necesidad de justicia.
¿Cómo cree que representa usted a los “personajes” del mundo de la justicia en su literatura?
De carne y huesos. Tienen el derecho a equivocarse y el derecho a la contradicción.
¿Qué puede tener de poético el lenguaje jurídico?
La belleza del contenido de algunas palabras. En el derecho civil se enseña sobre el dominio y la posesión. Otros enseñan sobre el dominio propio, que es un gran desafío, una batalla constante no exenta de heridos. Incluso la lengua puede llegar a ser un arma incendiaria. Y si se controla es un bálsamo para el alma. He escrito sobre la posesión del tiempo, entiendo que es un regalo que hay que saber administrar, suena fácil, pero no es una canción fácil de interpretar.
Cuando escribe literatura ¿puede abstraerse en algún momento de su rol de abogado?
Sí, absolutamente. Uno funciona en diferentes roles. Ser abogado o juez es una función y como toda función tiene su propio contexto. A cada playa su propia toalla.
¿Ha escrito entonces libros o poemas proponiéndose que el lenguaje de la justicia -o la justicia como tema- estén totalmente ausentes?
Los he escrito, pero son los lectores quienes debieran juzgar si he logrado abstraerme de dicho lenguaje o tema. Es muy pretencioso ser juez y parte, por no decir aberrante.
¿De dónde viene su pseudónimo? ¿De la novela de Tolstoi?
Viene de la necesidad de nacer de nuevo. Soy de aquellos que reconocen esa necesidad. Y sí, también del personaje de Ivan Ilich y de Tchaikovsky (Piotr Ilich), además quise honrar a mis padres por una referencia que no develaré hoy. Tal vez en mis memorias o en algún panfleto.
¿Ha experimentado en narrativa u otros géneros?
Si, comencé escribiendo cuentos en el Instituto Nacional. Actualmente, estoy puliendo una novela corta, sin vela, sólo con luz artificial.
¿Qué autores que escribieron sobre el mundo de la justicia lo han inspirado como escritor y por qué?
Manuel Rojas, Hijo de Ladrón fue un libro que me impactó en su momento. Cuidó y amó a una flor, y buscó la justicia con innovación. Esa es, finalmente, mi aspiración.
¿A qué poetas chilenos contemporáneos admira y por qué?
Luis Cruz Villalobos, autor de un poemario extraordinario titulado Teoría de la infelicidad, una cátedra poética de cómo echarse a perder la vida. Debo destacar que el tiene un plus en el tema, ya que es psicólogo, tiene una editorial de libros digitales y tiene más de una treintena de poemarios escritos. Su tenacidad para escribir es motivante, su pasión admirable y su ejemplo un desafío. La palabra admirar es grande y aunque él es alto se hace pequeño para ayudar a los demás en publicar. Eso tiene grandeza.
¿Alguna recomendación de algo que esté leyendo por estos días?
Sí, estoy leyendo un poemario, una antología titulada Una sola carne, de Alfredo Pérez Alencart, un escritor peruano-español, profesor de la Universidad de Salamanca. Es un libro que desafía, ya que entre sus versos dice amar no es cuestión ligera. Qué verdad. Siempre es necesario recordarlo. Es un poeta que comparte su sabiduría. Actúa con generosidad. Por eso lo recomiendo.
¿En qué momentos del día lee y escribe?
Generalmente, escribo mientras leo. Tengo libros llenos de glosas y notas marginales. Y habiendo luz, todos los días son buenos para leer, esa es mi impresión. Prefiero leer de cine, pintura, diseño, fotografía, biografías, ensayos y derecho penal. La necesidad genera el horario. Soy un pobre de espíritu, así que mi necesidad es constante.
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